Alaska, 13 de junio de 2007
La montañas más alta de América del Sur supuso la finalización del Proyecto 7 Cimas, por lo que tiene un significado especial en mi trayectoria. Alaska es quizás uno de los rincones que más me ha sorprendido por la diversidad de opciones de deportes de aventura que se pueden realizar. Si buscas un destino de turismo activo acertarás.
El alpinista canario Juan Diego Amador, logra una nueva hazaña y culmina con éxito el desafío extremo de escalar la cima más alta de cada continente, en el denominado "Proyecto, 7 Cimas para 7 Islas".
Amador realizó el pasado fin de semana una ascensión sin precedentes. En tan sólo tres horas y media escalé desde los 5.200m. hasta la cumbre del Mckinley (6.195m.).
Esta madrugada hemos podido establecer conversación telefónica con el campo 5 del Mckinley, desde donde el alpinista ha realizado sus primeras declaraciones tras culminar con gran éxito el Proyecto 7 Cimas.
Y es que Juan Diego no quería regresar a Canarias sin esta cumbre, puesto que supondría no cumplir con el comprometido objetivo de coronar la cumbre más alta de cada continente al primer intento y en menos de tres años.
Hasta la fecha, cada una de las ascensiones las había realizado con éxito y al salir hacia el Mckinley se mostraba optimista, aunque algo preocupado por lo que podría suponer esta montaña. "El Mckinley se encuentra en macizo con un tiempo impredecible, la meteorología cambia en un par de horas y será determinante. Ascienden menos de la mitad de quienes lo intentan. Espero poder controlar la presión que supone que esta sea la última cumbre del Proyecto 7 Cimas y hacer las cosas correctamente, tomando decisiones acertadas."
Desde que Amador llegó al Mckinley, la montaña le mostró su peor cara: no le ha parado de nevar, el termómetro ha bajado hasta -30¬?C y gélidos vientos amenazaban con destruir los campamentos. "Ante esta situación teníamos que esperar una pequeña mejoría del tiempo , pues la montaña ha estado muy cargada de nieve y ha habido mucho riesgo de aludes. Durante días nadie se movía del campo base y los alpinistas que llegaban se acumulaban, llegando a haber más de 100 personas esperando la llegada del buen tiempo. Sabía que no nos quedaban muchas oportunidades, pues el día 20 de junio tendríamos que emprender nuestro regreso y me preocupaba que hubiera tanta gente pendiente de subir, lo que supone un riesgo añadido. Ante esta situación la decisión estaba clara: en cuanto hubiera una pequeña mejoría nos anticiparíamos para ascender solos. El viernes 15 salimos con todo lo necesario para montar un campamento a 5.200m. y, una vez instalado, descansamos un par de horas, listos para salir hacia la cumbre. A primera hora del día 16 empezó un ajetreo en el campo 5 y más de 60 personas comenzaban el ataque a cumbre. Me equipé rápidamente y le comenté a mis compañeros que veía el tiempo muy inestable y que no teníamos tiempo que perder. Minutos más tarde ascendía hacia el Denali Pass. Poco a poco fui adelantando cordadas y al llegar al paso encabezaba la fila. A medida que ganaba altura el tiempo empeoraba. Veía como más abajo muchos se daban vuelta, sin tener claro dónde se encontraban mis compañeros. De antemano, habíamos acordado que, dadas las condiciones del tiempo, teníamos que lanzar un intento rápido y, por tanto, no podríamos estar esperándonos; cada uno debería ser autónomo y ascender a su ritmo.
Cuando llevaba dos horas de ascensión, a 5.900m. estaba completamente solo. Sabía que estaba subiendo muy rápido, pero las nubes y el viento progresaban a mayor velocidad de lo que mis piernas me permitían ascender. Encontré unas rocas altas que me podrían servir para protegerme a la bajada, marqué el punto con una varilla y fijé las coordenadas en el GPS.
Mientras ascendía no paraba de recordar momentos vividos durante estos tres últimos años , en distintos lugares y con diferentes compañeros. A pesar de que el viento me azotaba de forma violenta y que el frío se colaba entre mis ropas, sólo pensaba en que tenía que seguir, y que estaba a un par de horas de culminar un sueño que empezó al bajar del Everest.
Continué solo, cada vez más solo, nadie por debajo y como único testigo mi pequeña cámara de vídeo para inmortalizar algunos momentos de la ascensión. A una hora de la cumbre, el tiempo sorprendentemente mejoró y pude ver por vez primera la arista cimera. Me emocioné tanto que, paradójicamente perdí fuerza; la garganta se me cerraba , como si un suave llanto me estrangulara la entrada de aire. Sabía que no podía permitirme dar rienda suelta a las emociones y me pude controlar. Seguí subiendo, ganando paso a paso unos metros a la pala que conduce hasta la arista cimera. Después de tres horas de dura ascensión, bajo condiciones comparables a las del Himalaya, me encontraba sobre la arista que conduce hacia la cumbre. El escenario que tenía ante mi no podía ser más sugerente; las intensas nevadas de los días anteriores habían dejado la arista inmaculada y virgen, sin huellas, como si nunca hubiera sido coronada. Progresé con mucho cuidado, pues a ambos lados la caída es de más de 1.500m.. A pocos metros de la cumbre principal me esperaba un merengue de hielo que invitaba al vacío, clavé una estaca en su base , me auto-aseguré con unos metros de cuerda y gané lentamente los escasos quince metros que me faltaban. Finalmente estaba ante una especie de chincheta gigante que, a modo de hito geodésico, marca el punto más alto de América del Norte. Estaba arriba, solo y bajo una nube que de vez en cuando se abría para dejarme ver lo que ocurría por detrás. En ese momento me arrodillé y, lejos de sacar la cámara y las banderas de los patrocinadores, me eché a llorar. Por mi cabeza no paraban de pasar imágenes de las otras cumbres, de los inmejorables e irrepetibles momentos que he vivido durante estos intensos años de Expedición. Pero también recordé los sinsabores, y entonces, saqué la cámara para dedicar la cumbre del Mckinley a un amigo con el que nunca más podré compartir mi pasión. A ti Ricardo Valencia, nuestro Richi; te conocí en el Himalaya . Allí y en otras montañas me regalaste tu amistad y tu mejor sonrisa , pero ahora no estás; te has quedado en ella. En la cumbre del Mckinley te he echado de menos y he llorado por ti, habíamos compartido algunas cimas y ahora no aprietas tu piolet a mi lado. Casi tocando el cielo de América te dedico esta cumbre, magnífico compañero de cordada y mejor amigo: hasta siempre.
Finalmente saqué una fotografía con la bandera de Canarias, dedicando las 7 Cimas a mis patrocinadores por apoyarme incondicionalmente desde el principio. Y por supuesto, a mi familia y amigos, que todos estos años han sufrido en el anonimato mi ausencia y la incertidumbre del regreso.
Empujado por un viento gélido empecé a bajar y pude distinguir a mi compañero Alfredo Ramírez que ascendía la última pala; nos encontramos al principio de la arista y le comenté que tuviera mucho cuidado porque los últimos metros estaban un poco precarios y esperé a su regreso. Finalmente nos volvimos a reunir; los dos lo habíamos conseguido en unas condiciones muy exigentes y nos felicitamos mutuamente antes de empezar el descenso.
Al bajar nos encontramos con un par de cordadas subiendo. Un total de ocho alpinistas hoyamos la cumbre del Mckinley ese día, el Denal¬° o "la más grandiosa" para los aborígenes, nos permitió coronarla, ganando nuestra particular cumbre con mucho trabajo , desde el principio hasta el final de la Expedición.
En este sentido, regreso a casa con la satisfacción de haber obtenido una buena cantidad de imágenes que , junto a las expediciones anteriores, me permitirán montar un documental sobre las 7 Cimas. En este arduo trabajo ha sido de inestimable ayuda la labor de mi buen amigo Jorge Rojas y, por supuesto, de Alfredo Ramírez y Miguel Rodríguez, quienes durante esta Expedición han aportado lo mejor de si .
Por mi parte , como decía el célebre Rebufat, "el alpinista es aquel que un día logra poner sus píes donde una vez soñaron sus ojos". Un día, sin saber muy bien porqué me empeñé en coronar la cumbre más alta de cada continente y hoy termina esta particular página en la historia de mi vida. No me siento especialmente feliz, pero empiezo a disfrutar de la tranquilidad que da saber que hice, lo que tenía que hacer.
De esta manera concluía Juan Diego Amador su conversación telefónica con este medio, nada más descender de la cumbre. El alpinista regresará a Canarias el próximo 28 de junio, donde informará más ampliamente sobre su gran hazaña, pues ha logrado algo inédito que tendrá gran repercusión a su regreso. Atrás queda haber coronado el Everest, y ahora ha conseguido nada más, y nada menos, que un conjunto de siete cimas importantes, concretamente la más alta de cada continente. Todas ascendidas al primer intento, en menos de tres años y cuatro de ellas (Everest, Vinson, Elbrus y Carstenz) coronadas por primera vez por un canario. Además, tan sólo otros cuatro alpinistas nacionales han logrado este desafío y sólo Juan Diego Amador finalizará el proyecto con un documental grabado por él mismo en cada una de las cumbre. Sin duda un trabajo intenso y una hazaña que sólo con el paso de el tiempo entenderemos su verdadera dimensión.