Coyhaique (Chile), a 19 de diciembre de 2008.
Hace más de diez años que deseaba viajar al Hielo Patagónico. Sin embargo, mi primera oportunidad se vio truncada; una desafortunada borrasca sentenció el final de nuestra aventura en las gélidas tierras de América del Sur...
Juan Diego Amador, Alfredo Ramírez y Tomás López explican los pormenores de lo ocurrido tras ser rescatados del Monte San Valentín.
A menos de 24 horas de haber sido rescatados, con la serenidad recuperada por haber salido ilesos y con una visión más global de cómo se ha vivido fuera de la montaña nuestra traumática experiencia, queremos explicar con mayor detalle y sin las limitaciones propias de las circunstancias, el desarrollo de los hechos acontecidos en el Hielo Patagónico. Por supuesto, también es el momento para agradecer públicamente a todos los que hicieron posible nuestra evacuación, tanto desde Chile, como desde España.
Antecedentes
El Monte San Valentín es una montaña que no impresiona por su altura si la comparamos con las altas cimas del Himalaya. Con 4.080m., es la montaña más alta de la Patagonia y para llegar hasta ella hay que adentrarse en el Campo de Hielo Norte, exponiéndose a uno de los climas más rigurosos del Planeta.
Sabíamos que la mayor complejidad de esta Expedición estaba en llegar hasta la base de la montaña, más que en su ascensión. Mientras que en una cima de 8.000m., ante un inminente cambio de tiempo normalmente puedes descender hasta el Campo Base, una retirada en el Campo de Hielo supone dos o tres jornadas en medio del temporal para llegar a los valles, pues se trata de una basta extensión sin protección alguna a los fenómenos meteorológicos. Así que los dos factores que llevan a clasificar al Monte San Valentín como un objetivo alpino de alta dificultad, son la enorme extensión del territorio a recorrer antes de llegar a la montaña (podríamos describirlo como un 8.000 en horizontal) y el alto grado de exposición a los fenómenos meteorológicos adversos.
Sabíamos de antemano donde nos adentrábamos, pues conocíamos que desafortunadamente hace tres años el mal tiempo devoró literalmente a una Expedición chilena; que el año pasado, una Expedición de Al Filo de lo Imposible también estuvo a punto de ser devorada, pero que gracias a su experiencia y a un leve respiro meteorológico pudieron ser rescatados en helicóptero. Incluso éramos conocedores de que recientemente el chileno Pablo Besser, (uno de los mayores expertos en los Campos de Hielo), junto a José Mijares, hicieron un intento frustrado hace pocas semanas. Pero precisamente por eso elegimos este atractivo objetivo que los primeros días se mostrí dícil y asequible, pero después se transformó en inhíspito e inaccesible. Queríamos intentar una montaña en todas sus dimensiones y nos adentramos en ella conocedores de a lo que nos exponíamos y asumiendo las posibles consecuencias, pues a eso se le llama aventura. Habíamos tomado todas la medidas para poder salir ilesos de esta Expedición, pero aún así el Monte San Valentín nos escupií literalmente de sus faldas. Durante la planificación de este viaje nos habíamos puesto en contacto con D. Sebastián Álvaro, director de Al filo de lo Imposible y con el Teniente Alberto Ayora del Grupo Militar de Alta Montaña de Jaca, miembros de la Expedición del año pasado. Siempre estaremos agradecidos por sus advertencias y consejos, pues fueron vitales para salir ilesos de la borrasca.
Por mi formación como geígrafo sabía de antemano que uno de los factores que convierten al Monte San Valentín en una aventura de alta dificultad es la meteorología. El viento predominante del oeste arrastra la humedad del océano pacífico y estas masas de aire cargadas de humedad, al chocar con la orografía de la cordillera andina ascienden violentamente, formándose enormes masas de nubes de microcristales que se adhieren a todo lo que tocan. Así que el rigor no es sólo por el frío extremo o la dureza de la montaña, sino sobre todo por la posibilidad de quedarte atrapado en medio de una de estas tormentas.
Por mi experiencia en altas montañas y en lugares fríos, elegimos el mejor material del que disponíamos para enfrentarnos a las condiciones que esperábamos. Pero ni en el alto Everest, ni en la gélida Antártida he encontrado el intenso y persistente viento que con rachas superiores a 100 Km/h y acompañado de una nieve densa y húmeda sepulta todo lo encuentra a su paso. Hasta tal punto se trata de un fenómeno meteorológico adverso significativo en el área que localmente se le conoce con el sobrenombre de "viento blanco".
Así que éramos conocedores de la naturaleza de la climatología y de la necesidad de una logística precisa y exquisita, no sólo para lograr la cumbre, sino por encima de ello, para retornar con seguridad. ?âramos conscientes de a lo que nos exponíamos y tomamos las medidas oportunas para ir al San Valentín, por lo que a día de hoy consideramos que los hechos que narramos a continuación fueron un cúmulo de circunstancias que nos pusieron contra las cuerdas y que, gracias a la inestimable ayuda del Ejército Chileno, del ONEMI (Organismo Nacional de Emergencias e Incendios), de las instituciones españolas y de nuestra propia experiencia pudimos salvar.
El desarrollo de los últimos días
El día antes de instalar nuestro campamento base habíamos dormido al refugio de unas rocas que, a modo de contrafuerte, nos protegían de un flujo de viento en aumento con dirección reinante del oeste, acompañado de nubes lenticulares en las capas altas de la atmósfera que indicaban un previsible cambio de tiempo. Con esta incertidumbre pasamos las escasas 6 horas de oscuridad de la noche Patagónica a estas latitudes y en esta época del año.
Ante el inminente cambio de tiempo decidimos llegar al campo base lo antes posible. Elegimos una ladera bajo el Cuerno de Plata que a priori nos parecía menos expuesta al viento y más cercana y directa para intentar la cumbre.
Construimos un buen contrafuerte con bloques de hielo alrededor de nuestra tienda y planificamos nuestro primer intento para el siguiente día, domingo 14. Al acostarnos el cielo estaba algo cubierto pero queríamos aprovechar que casi tocábamos la cumbre con la mano. Durante la noche nos sorprendió que el altímetro ascendió bruscamente de 3.000m., hasta los 3.060m, lo que se traducía en un violento descenso de la presión y por tanto en un definitivo empeoramiento del tiempo.
A media noche las rachas de viento forzaban la tienda hasta tal punto que el techo tocaba nuestros sacos de dormir. Salimos a supervisar la instalación y observamos como la nieve iba cubriendo poco a poco el muro que nos protegía. Pasada las 4:00 de la madrugada la nieve empezaba a subir por los laterales de la tienda y decidimos hacer turnos para palear la nieve acumulada.
A las 5:00 de la madrugada amaneció y el viento amainó. El lunes día 15 lo dedicamos a prepararnos para lo que se nos podría venir encima. Limpiamos todo de nuevo, reforzamos la tienda y mejoramos las protecciones. Al atardecer el viento aumentó exponencialmente, hasta tal punto de que teníamos que gritarnos para podernos oír. El flujo de aire era tan intenso sobre las montañas que sonaba como la mayor de las turbinas. Además de la excesiva intensidad del viento, nos preocupaba sobre manera las intermitentes rachas, pues las variaciones bruscas provocaban que la tienda se inflara y desinflara violentamente, como si de un globo se tratara, con el consiguiente riesgo de rotura. Decidimos que no podíamos descansar ni un momento y montamos turnos de trabajo de media hora, pues por las extremas condiciones que había fuera de la tienda era imposible permanecer más tiempo en el exterior. Mientras dos descansaban en el interior, uno paleaba fuera. Así estuvimos durante toda la noche, hasta que a las 4:00 de la mañana, cuando Alfredo hacía su turno nos grití alarmado diciendo que era incapaz de mantener la tienda a salvo, pues la cantidad de nieve que se acumulaba era mayor que la que el era capaz de evacuar. A pesar de nuestros intentos, pocos minutos más tarde la tienda desaparecía bajo la nieve. Nos dio tiempo para entrar a recuperar los sacos de dormir y al salir la cremallera estaba trabada por la deformidad de la tienda y nos vimos obligados a rasgar el ábside con una navaja para poder salir. En la oscuridad de la noche intentamos hacer una cueva de hielo para guarecernos, pero fue materialmente imposible y optamos por instalar la segunda tienda. Cuando la fuimos a buscar nuestros trineos también habían sido sepultados por la nieve. Quizás este fue uno de los momentos más críticos, pues estuvimos a punto de quedarnos sin protección en medio de la tormenta. Finalmente instalamos la tienda y pudimos superar nuestra segunda noche en el "viento blanco".
Al amanecer del día 16, tras la perdida de la mejor de las tiendas y ante el empeoramiento de las condiciones decidimos hacer nuestra primera llamada a Canarias para advertir de las condiciones en que nos encontrábamos. La decisión de llamar a Canarias vino motivada porque nos quedaba muy poca batería, probablemente para una única llamada, pues las malas condiciones impedían que la placa solar recargara el teléfono satélite. Así que llamamos a un familiar a quien explicamos nuestra situación y facilitamos nuestras coordenadas (46¬?38‚Äô277‚Äô" S; 73¬?17‚Äô742" O, altitud 2.970m, al SO del Cuerno de Plata). Esta primera llamada la hicimos por precaución, pues seguíamos soñando con la cumbre y mirando hacia ella, pero queríamos cubrirnos las espaldas y prever lo peor.
Aprovechamos una pequeña ventana de un par de horas de sol para recargar la batería del satélite que nos permitió mantener contactos periódicos con el puesto de mando. A partir de este momento nuestra única comunicación fue con el Ejército, Carabineros y con el ONEMI, con quienes se comunicaban nuestros familiares y medios de comunicación, pues las limitaciones de nuestro equipo de telefonía nos aconsejaban dosificar la batería.
La segunda tienda con la que contábamos era una ligera, de una sola capa, diseñada para intentos rápidos. A pesar de que era totalmente nueva y de gran calidad, temíamos que fuera incapaz de resistir el azote continuo del "viento blanco" y el peso de la nieve acumulada. Planteamos de nuevo la posibilidad de una cueva de hielo, pero el terreno que nos rodeaba nos lo impedía y las condiciones eran tan malas que no podíamos desplazarnos para buscar un buen lugar.
Las siguientes 24 horas las condiciones meteorológicas siguieron empeorando. Mantuvimos los turnos de trabajo y al mismo tiempo, ante la imposibilidad de evacuar la nieve, cada cierto tiempo mudábamos la tienda de lugar para empezar de nuevo. El agotamiento se iba haciendo con nosotros y la noche del día 16 fue nuestro segundo momento crítico. Llevábamos tres días y tres noches de duro trabajo, sin dormir y con escaso aporte de nutrientes y líquido, pues salvar la tienda era nuestra prioridad. A media noche Tomás López comenzó con los primeros síntomas de hipotermia y nos centramos en que recuperara la temperatura.
Después de tres días en estas condiciones, tanto la ropa que llevábamos puesta como las mudas y los sacos de dormir estaban muy húmedos, por lo que era muy difícil mantenernos calientes. A esto se le unía el esfuerzo y el cansancio acumulado que desembocó en un desgaste físico por encima de lo normal.
Ante esta situación decidimos centrarnos en salir lo antes posible y lo mejor parados. Valoramos las opciones y concluimos que nos resultaría realmente difícil retornar sobre nuestros pasos al Valle Leones, pues el mal tiempo persistía y nos estábamos desgastando físicamente. Conocíamos la ruta de vuelta y estaba llena de grietas, ahora tapadas por la nieve caída. Alcanzar el paso del Valle Leones nos requeriría tres días más y sabíamos que era imposible hacerlo con mal tiempo, pues sería la crónica de una muerte anunciada. En este momento volvimos a establecer comunicación con el puesto de mando del ejército y protección civil y, entre todos, valoramos como la opción más inteligente permanecer atrincherados, dosificando nuestras fuerzas y alimentos hasta que llegara la bonanza.
Esa misma noche los tres volvimos a padecer hipotermia y la tienda empezó a quebrarse, al límite de su resistencia, por lo que decidimos dar oficialmente la alarma del SOS. y solicitar nuestra evacuación. Desde el puesto de mando de Coyhaique nos comunicaron que ya tenían adelantada la logística de la operación, con dos helicópteros y dos patrullas de tierra por si persistía el mal tiempo y no podían volar. Así que el día 17 un avión sobrevoló la zona para confirmar las coordenadas y, casualmente nos localizaron por el destello de la placa solar sobre la tienda. Esa misma tarde nos comunicaron que estaba todo listo para sacarnos, pero el tiempo no dio ninguna tregua.
La noche del día 17 fue la peor de todas. La tienda estaba muy desformada y las escasa energía que nos quedaba nos impedía continuar con los turnos de paleo, por lo que nos limitamos a seguir trasladando la tienda sobre la nieve virgen hasta que amaneciera. En el interior todo estaba mojado; la escarcha cubría las paredes de la tienda y los sacos de dormir, como si estuviéramos en el interior de una cámara frigorífica. Para perder el menor calor posible dormíamos como una camada, acurrucados los unos con los otros.
Nos habían comunicado que la mañana del jueves 18 habría una pequeña ventana y acordamos que intentarían sacarnos a las 6:00 de la mañana. Sobre las 5:00, con los primeros rayos del día salimos de la tienda. Para facilitar la maniobra del helicóptero marcamos una zona de toma con los trineos y las raquetas; con una funda vivac roja y un piolet, señalamos la dirección del viento. De momento el cielo permanecía cubierto, por lo que estábamos algo desesperanzados, pero como si por arte de magia se tratara, con extraordinaria precisión, a las 6:00 horas se abrió sobre nosotros un claro en el cielo de varios kilómetros cuadrados, tal como había previsto el equipo de rescate.
Tras un primer intento abortado por la nubosidad reinante en el Valle, nos dieron las 8:30 horas esperando, por lo que llamamos de nuevo al puesto de mando algo desesperados. Nos comunicaron que aunque a 3.000 m había un claro, los pilotos no encontraban hueco entre las nubes para poder ascender, viéndose obligados a regresar a la base. A pesar de ello, tras repostar combustible realizaron un segundo intento y el helicóptero del ejército chileno, como si de un arcángel se tratara nos rescató a las 9:20 horas. Tras una maniobra rápida y precisa, veinte minutos más tarde pisábamos la hierva del campo de fútbol de Puerto Tranquilo. De todo el material sólo pudimos salvar las cámaras, el resto desgraciadamente quedó en la montaña, pues las dimensiones del helicóptero de rescate sólo permitía que entráramos los tres. Sentimos haber abandonado nuestras pertenencias en el Monte San Valentín, pero no por su valor material, sino por el perjuicio ambiental que ocasionamos a este inmaculado territorio que admiramos desde el primer día que lo vimos.
A partir de nuestro rescate tomamos conciencia de dos aspectos que debido a nuestro aislamiento desconocíamos, por una parte la dimensión mediática que el rescate había adquirido dentro y fuera de Chile y, por otra, la suerte que habíamos tenido aprovechando esa tregua del buen tiempo, pues esa misma tarde entró un nuevo sistema frontal más violento aún que el que soportamos y que se estima dure al menos cuatro días.
AGRADECIMIENTOS
En primer lugar, nuestro más afectuoso y eterno agradecimiento por su inestimable esfuerzo a las dos instituciones chilenas que, en excelente coordinación, hicieron posible la evacuación: el ONEMI (Oficina Regional De Emergencia del Ministerio del Interior) y al Ejército de Chile (Cuartel General de IV División del Ejército y Carabineros de Coyhaique). En particular, nuestro agradecimiento al Sr. Sidi Bravo y Juan Azocar (Responsables del ONEMI en Coyhaique) y a todo su personal, quienes con gran profesionalidad coordinaron las labores. Nuestro más sincero agradecimiento al destacamento del Cuartel de IV División del Ejército y Carabineros de Coyhaique en general y en particular, al Coronel Valdez quien con notable camaradería puso a nuestra disposición todos los medios a su alcance.
En especial, nuestro más distinguido agradecimiento a los dos pilotos que hicieron posible el rescate, los Capitanes D. José Paredes y D. Sergio Vilches, quienes como último eslabón de esta extensa cadena, nos devolvieron a la vida. Además, a todos las demás personas que en el anonimato colaboraron, de una u otra manera.
Nuestro agradecimiento a la Embajada de Chile en España, a la Embajada de España en Chile, en particular al Cónsul Español D. Nabor Manuel García y al Vicecónsul D. Leopoldo Jiménez, a la Delegada del Gobierno de España en Canarias, Sra. Carolina Darias, al Gobierno de Canarias, concretamente a la dirección General de Seguridad y Emergencia (Centro Coordinador de Emergencia y Seguridad), a protección Civil España, quienes mantuvieron permanente contacto con las instituciones chilenas que nos prestaron auxilio.
En unas semanas se nos olvidará el mal trago pasado allá arriba y recordaremos lo que disfrutamos del maravilloso espectáculo que nos ofreció el Hielo Patagónico; las nubes con formas caprichosas danzando bajo un cielo azul añil en una interminable plataforma helada, donde lo humano se hace infinitamente pequeño.
Pero a buen seguro nuestro mejor recuerdo que permanecerá inalterable en nuestra memoria será el esfuerzo que un grupo de personas de buen corazón, que de un lado y otro del océano atlántico unieron sus esfuerzos para salvarnos la vida.
Eternamente agradecidos.
Alfredo Ramírez y Tomás López y Juan Diego Amador